El Golpe fue extranjero

El objetivo del presente texto es exponer algunos documentos desclasificados norteamericanos que demuestran que el golpe del 11 de septiembre fue extranjero y que el personal nativo que lo ejecutó fue un mero instrumento de la potencia foránea que lo inspiró.
Los mencionados documentos estadounidenses los hemos han tomados de dos fuentes. Una corresponde a la recopilación hecha por el historiador norteamericano, Peter Kornbluh, expuesta en su libro: Pinochet, los archivos secretos, el que fue editado en Barcelona el año 2004, por la Editorial Crítica. En la parte central de este libro, figuran, fotografiados, los originales de los documentos que exponemos a lo largo de la primera parte del presente texto,
a cuyos fines hemos procedido a traducirlos desde el inglés. La otra fuente que utilizamos es el Informe del Senado de los Estados Unidos, Acciones encubiertas en Chile, que tomamos de la traducción que hiciera Cristian Opaso, recopilada por este en su libro Frei, Allende y la mano de la CIA. De este informe procedemos a citar algunos párrafos que, entre muchos otros, muestran cómo el personal nativo del golpe recibía financiamiento por parte de la mencionada agencia estadounidense. Nos ha parecido que con el propósito de una mejor comprensión del significado de los referidos documentos es necesario, en esta introducción, precisar dos conceptos. Uno es el de “colonialismo”, y el otro, el de “neocolonialismo.” El primero, -el colonialismo- tiene como uno de sus rasgos fundamentales el que la potencia colonial,
junto con apropiarse de los recursos económicos de su colonia e imponerle sus discursos legitimantes, la gobierna mediante un personal político y militar que viene de la metrópoli misma, por lo cual esta no le reconoce a su colonia soberanía política, al tiempo que considera a su territorio como parte del territorio metropolitano.
En cambio, en el neocolonialismo la potencia neocolonial, si bien igualmente se apropia de los recursos fundamentales de su neo colonia y le impone a esta su cultura e ideología, y la alinea con su política exterior, le reconoce, no obstante, soberanía formal, símbolos nacionales, etc., todo con su correspondiente supuesto básico: que el gobierno de la neo colonia, su administración y, en general, sus instituciones, se hallan en manos de personal nativo que es aliado y subordinado a la clase que gobierna en la metrópoli neocolonial a la cual dicho personal nativo está sujeto por múltiples hilos (ideológicos, culturales, políticos y económicos). Es en base a ello que en la administración de sus países posee autonomía relativa en las cuestiones cotidianas, pero no en aquellas que son fundamentales para la metrópoli neocolonial, las que dicho personal debe respetar. Era (y es) el caso de Chile y, en los años setentas del siglo pasado, la de casi toda América Latina, patio trasero de la metrópoli neocolonialista estadounidense (condición de la cual Cuba se había librado en 1959).
¿Qué tiene que ver todo esto con el golpe del 11 de septiembre? Tiene mucho que ver. Desde ya debido a que pone de manifiesto que el golpe no puede entenderse desde un enfoque meramente localista, como el que, no por casualidad, abrumadoramente predomina en nuestro medio. Por el contrario, el golpe debe ser visto a lo menos en el marco regional, -sino mundial-, lo que equivale a decir en el contexto de la situación neocolonial propia del país y de la región.
Fue en tal contexto que Salvador Allende, a la cabeza de la UP y del movimiento popular chileno, intentó llevar a la práctica un proyecto nacional que perseguía la superación del carácter neocolonial que era ( y es) propio del país, condición que privaba a este del uso de sus recursos naturales, los que, junto a otros recursos, como los industriales y financieros, estaban (y siguen estando) básicamente en manos de empresas de la potencia neocolonial o de los imperialismos subordinados a esta, o bien en manos de su principal aliada local, es decir, la oligarquía interna. Esto, a su vez, daba lugar a una situación estructural que condenaba (y condena) a las mayorías nacionales a la pobreza y privaba al país de verdadera soberanía, manteniéndolo, por tanto, en la condición de satélite de la metrópoli neocolonial.
Superar esta situación, -cuestión que era imposible manteniendo las estructuras capitalistas-, era lo que el gobierno de Salvador Allende se propuso, cuya materialización, a su juicio, constituiría la “Segunda independencia” del país. La primera había sido respecto del imperio español, la segunda, debía serlo respecto del imperio estadounidense. Con tales miras el 4 de septiembre de 1970, el movimiento popular conquistó el gobierno, dando lugar al despliegue de “la Vía chilena”.
Como lo demuestran los documentos que exponemos, la potencia neocolonial estadounidense desde un comienzo consideró que el proyecto nacional encabezado por Salvador Allende en Chile era inaceptable para sus intereses. De allí que se esforzó por impedir que asumiera el gobierno. (Tal fue el objetivo del fallido golpe del 22 de octubre de 1970 que se tradujo en el asesinato del general constitucionalista René Schneider). Y luego, cuando Salvador Allende asumió el mando del país, la potencia neocolonial se esforzó por producir su derrocamiento. En ambos casos utilizó para tales propósitos a su personal nativo, el cual, ciertamente, también tenía sus intereses particulares. Durante el gobierno de Salvador Allende, tal personal tuvo su expresión principal en la oposición golpista y en los grupos del gran empresariado nativo. En la práctica, -como lo demuestran los documentos que se exponen más adelante-, esa oposición fue un mero instrumento de la metrópoli neocolonial, que la impulsó, financió y respaldó. El resultado de todo fue el golpe del 11 de septiembre y sus subsecuentes crímenes masivos, que marcaron el triunfo de los Estados Unidos.
Los documentos que exponemos evidencian lo dicho, esto es, el verdadero carácter que tuvo el golpe, mostrando que fue decidido, financiado e impulsado por la potencia neocolonial estadounidense, aún antes de que el presidente Allende asumiera el gobierno. Un enfoque localista respecto del golpe impide ver esta realidad esencial.
En la historia de Chile ha habido sólo dos presidentes que han procurado superar la condición neocolonial del país. Uno fue José Manuel Balmaceda, que lo intentó respecto del entonces Imperio Británico. El otro fue Salvador Allende, a la cabeza del movimiento popular, que lo intentó respecto del imperio estadounidense. Ambos fueron derrocados por dichos imperios, los que, con tales fines, utilizaron al personal nativo que les era subordinado, mediante
el cual, por lo demás, en condiciones normales, controlan a sus respectivas neo colonias.
Esto es lo que hoy en Chile, al cumplirse cincuenta años del golpe, intenta ocultar el personal nativo del imperio. Para ello se vale de sus “intelectuales orgánicos” y de su control de casi todos los medios de emisión de ideas existentes en el país. Con tales fines sus personeros hablan de “democracia” y de “libertad”, en cuya defensa se habría producido el 11 de septiembre. Pero las huellas de los reales propósitos y naturaleza del golpe, incluyendo el rol que en él, -según el diseño estadounidense-, le correspondió jugar a ese personal nativo, son indelebles. Entre esas huellas figuran
los documentos que exponemos a continuación.

Se puede descargar el libro en nuestra página


Luis Corvalán Márquez

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *